¿Qué harías si te quedara un día de vida?¿que te gustaría
vivir si supieras que mañana ya no podrás hacerlo?¿Cómo pasarías tus últimas 24
horas?
Aún me queda tanto que hacer, tanto que descubrir, tanto que
probar, tanto que vivir, tantas metas que alcanzar, tantos lugares a donde ir,
tantos sueños que cumplir que nunca podría responderme enteramente a esa
pregunta sin dejarme siempre algo en el tintero.
Me gustaría que en mi última mañana el sol brillara más que
nunca en lo más alto del cielo y me despertara colando por mi ventana furtivos
rayos. Abrirlos ojos y verte a mi lado mirándome con amor, acariciándome el
pelo con una sonrisa clara y brillante. Oír chirriar levemente la puerta de mi
habitación y ver asomar detrás de ella mientras se abre poco a poco dos
pequeñas sonrisas más. Que a paso ligero se aproximen a la cama y que se cuelen
debajo de las sábanas abrazándose a mí.
Levantarme descalza y sentir como el frío del suelo entre
por la planta de mis pies y me recorre en un escalofrío todo el cuerpo. Llegar
a la puerta cerrada de la cocina, abrirla y ver a mi madre con una taza de café
mirar por la ventana. Que se percate de mi presencia y que me dedique una
mirada inyectada en ternura y una sonrisa que solo una madre sabría regalar.
Sentir tras de mi unos leves pasos que dan lugar a unas pocas cosquillas y un
abrazo de mi padre. Sentarme a la mesa y que me sirva un croissant a la plancha
con mantequilla y mermelada acompañado por un zumo de naranja, un revoltijo de
pelo y un “Buenos días pitufa” mi madrina con Eric en brazos.
Pasar la mañana jugando con los amores de mi vida sabiendo
que no podré dedicarles todo el tiempo que me hubiera gustado y haciendo que
recuerden mi último día como uno de los mejores de sus vidas. Que nos llamen por la ventana y cruzar hasta
el jardín donde mi padre a la barbacoa prepara mi último almuerzo acompañado de
mi padrino, mis abuelos, mis primos, mis tíos y mi bisi. Saborear esa última
comida que se teñiría de carcajadas por las bromas de mi padre y de dulzura por
mis pequeños.
Montar en el coche tú y yo, poner la música, abrir las
ventanillas, sacar los pies descalzos por ellas, ponerme las gafas de sol y
sentir como el viento acaricia mi pelo mientras los rayos del sol se funden con
mi piel. Divisar el verde paisaje salpicado de colores vivos por las flores y
girar la cabeza para mirarte mientras conduces.
Sonreír por poder pasar mi último
día sintiéndome afortunada por que sea
tu lado. Entonces que te des cuenta de que mi mirada está clavada en tus
perfectas facciones y que sin apartarla vista del camino tomes mi mano, la
beses y sonrías y que en un suspiro se cuele un “te quiero”.
Llegar a nuestro destino, una playa que se une con el verde
campo, pero desierta, sin un alma a kilómetros a la redonda. Salir del coche y
que gotas de lluvia comiencen a caer sobre mi pelo, mirar al cielo, cerrar los
ojos con los brazos en cruz y sentirlas en la cara, oliendo a tierra mojada.
Que te acerques por detrás agarrándome por la cintura, dándome la vuelta y
cogiéndome en brazos mientras me besas. Tirarnos a la orilla del mar cuando
haya escampado, sentir la arena entre los dedos de mis pies y la brisa en mi
cuerpo. Que me arropes con tu sudadera y tus brazos y poner la mente en blanco
viviendo el momento. Besarte de nuevo y no dejar de mirarte hasta que el sol se
oculte tras las olas.
Despedirme de todos en una gran fiesta en esa misma playa.
Ver a mis amigos y compartir con ellos mis últimas risas. Tatuar en mi piel
nuestros nombres, el de mis padres, mi hermano y mi ahijada para que mi cuerpo
frío y muerto siempre tenga dueños.
Irme a la cama con un fuerte abrazo de mis padres y mi
hermano y abrazarme fuerte a ti aunque sé que cuando mis ojos se cierren jamás
se volverán a abrir. Y así morir feliz en un final perfecto sin que nadie sufra
ni llore mi despedida por albergar la esperanza de que más que un fin esto es
un nuevo comienzo y que pronto nos volveremos a ver y volveremos a estar todos
juntos, esta vez sin final.