sábado, 5 de mayo de 2012

24horas.


¿Qué harías si te quedara un día de vida?¿que te gustaría vivir si supieras que mañana ya no podrás hacerlo?¿Cómo pasarías tus últimas 24 horas?
Aún me queda tanto que hacer, tanto que descubrir, tanto que probar, tanto que vivir, tantas metas que alcanzar, tantos lugares a donde ir, tantos sueños que cumplir que nunca podría responderme enteramente a esa pregunta sin dejarme siempre algo en el tintero.
Me gustaría que en mi última mañana el sol brillara más que nunca en lo más alto del cielo y me despertara colando por mi ventana furtivos rayos. Abrirlos ojos y verte a mi lado mirándome con amor, acariciándome el pelo con una sonrisa clara y brillante. Oír chirriar levemente la puerta de mi habitación y ver asomar detrás de ella mientras se abre poco a poco dos pequeñas sonrisas más. Que a paso ligero se aproximen a la cama y que se cuelen debajo de las sábanas abrazándose a mí.
Levantarme descalza y sentir como el frío del suelo entre por la planta de mis pies y me recorre en un escalofrío todo el cuerpo. Llegar a la puerta cerrada de la cocina, abrirla y ver a mi madre con una taza de café mirar por la ventana. Que se percate de mi presencia y que me dedique una mirada inyectada en ternura y una sonrisa que solo una madre sabría regalar. Sentir tras de mi unos leves pasos que dan lugar a unas pocas cosquillas y un abrazo de mi padre. Sentarme a la mesa y que me sirva un croissant a la plancha con mantequilla y mermelada acompañado por un zumo de naranja, un revoltijo de pelo y un “Buenos días pitufa” mi madrina con Eric en brazos.
Pasar la mañana jugando con los amores de mi vida sabiendo que no podré dedicarles todo el tiempo que me hubiera gustado y haciendo que recuerden mi último día como uno de los mejores de sus vidas.  Que nos llamen por la ventana y cruzar hasta el jardín donde mi padre a la barbacoa prepara mi último almuerzo acompañado de mi padrino, mis abuelos, mis primos, mis tíos y mi bisi. Saborear esa última comida que se teñiría de carcajadas por las bromas de mi padre y de dulzura por mis pequeños.
Montar en el coche tú y yo, poner la música, abrir las ventanillas, sacar los pies descalzos por ellas, ponerme las gafas de sol y sentir como el viento acaricia mi pelo mientras los rayos del sol se funden con mi piel. Divisar el verde paisaje salpicado de colores vivos por las flores y girar la cabeza para mirarte mientras conduces.  Sonreír  por poder pasar mi último día sintiéndome afortunada por que sea  tu lado. Entonces que te des cuenta de que mi mirada está clavada en tus perfectas facciones y que sin apartarla vista del camino tomes mi mano, la beses y sonrías y que en un suspiro se cuele un “te quiero”.
Llegar a nuestro destino, una playa que se une con el verde campo, pero desierta, sin un alma a kilómetros a la redonda. Salir del coche y que gotas de lluvia comiencen a caer sobre mi pelo, mirar al cielo, cerrar los ojos con los brazos en cruz y sentirlas en la cara, oliendo a tierra mojada. Que te acerques por detrás agarrándome por la cintura, dándome la vuelta y cogiéndome en brazos mientras me besas. Tirarnos a la orilla del mar cuando haya escampado, sentir la arena entre los dedos de mis pies y la brisa en mi cuerpo. Que me arropes con tu sudadera y tus brazos y poner la mente en blanco viviendo el momento. Besarte de nuevo y no dejar de mirarte hasta que el sol se oculte tras las olas.
Despedirme de todos en una gran fiesta en esa misma playa. Ver a mis amigos y compartir con ellos mis últimas risas. Tatuar en mi piel nuestros nombres, el de mis padres, mi hermano y mi ahijada para que mi cuerpo frío y muerto siempre tenga dueños.
Irme a la cama con un fuerte abrazo de mis padres y mi hermano y abrazarme fuerte a ti aunque sé que cuando mis ojos se cierren jamás se volverán a abrir. Y así morir feliz en un final perfecto sin que nadie sufra ni llore mi despedida por albergar la esperanza de que más que un fin esto es un nuevo comienzo y que pronto nos volveremos a ver y volveremos a estar todos juntos, esta vez sin final.  



Mi derecho.Mi deber.


Todos tenemos derechos y para disfrutar de ellos antes tenemos una serie de deberes que cumplir. Entre nuestros derechos está el de manifestarnos o el de huelga, pero no está entre nuestros deberes.
Yo como ciudadana puedo manifestar libremente mis ideas, al igual que tengo derecho a no hacerlo si no me conviene o no creo que deba hacerlo. Por lo tanto tengo derecho a asistir a una huelga si creo en ella y nadie puede prohibírmelo. Pero también tengo derecho a no hacerla, ya sea porque no creo en ella lo suficiente como para renunciar a un porcentaje de mi sueldo o simplemente por que no comparto las ideas que la promueven. Dicho esto también tengo el deber de respetar a quién decide hacer huelga aunque no comparta sus ideales y ojo, aquí es a donde quería llegar, todo el mundo debe respetar mi decisión de acudir ya sea a mi centro de estudios o a mi lugar de trabajo si esa es mi voluntad. Cada uno elegimos lo que más nos conviene, lo que menos nos afecta o en lo que creemos más y a la vez respetamos lo que los demás eligen aunque no sea la elección que nosotros hemos tomado.
Así dejo clara mi postura hacia esa gente que no respeta las decisiones de muchas personas y que a su vez dicen que no se respetan las suyas. Respetemos los derechos de los demás disfrutando de los nuestros y cumplamos nuestros deberes dejando que los demás cumplan con los suyos. Analicemos bien la mítica frase de “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran” y aprendamos a escuchar a los demás si después nosotros queremos ser escuchados.

Lo que no sabe y nunca se atrevió a preguntar sobre los padres-moscas.


Querido  lector o lectora; seguro que alguna vez ha deseado librarse de sus padres como lo haría de una simple mosca. Yo también y hoy les resumiré muy resumido lo que se parece una “especie” a otra ya que aunque no se aprecie a simple vista es más de lo que parece.
¿Cuántas veces ha llegado usted a casa cansado,  destrozado y sin pensarlo dos veces se despoja de todo lo que lleva encima tirándolo y a la vez aunque no se aprecie ordenándolo artísticamente  en el suelo de su habitación y se deja caer cual muerto por herida de bala en la cama? Seguro que esa misma mañana, temprano (o relativamente temprano) abran la puerta despacio y comienzan a invadir su espacio. Cuando menos se lo espera comienzan a hacer un ruido tan insoportable como el revoloteo de una mosca esas mañanas de verano en las que se cuelan por una ventana y zumban en su oído hasta que cede y se levanta a duras penas. Pero la cosa no acaba aquí, ven el desorden (que para usted siempre será como una pequeña mota de polvo) de su habitación y sus ojos comienzan a tornarse a un color rojizo y parecen multiplicarse, exactamente como los de las moscas. Creen que por ese pequeño percance todo el desorden de su casa lo ha provocado usted, en este caso un buen consejo de escritor a lector seria que mirara al suelo y limpiara y ordenara su cuarto antes de que la cosa se  vuelva más hostil. A veces (la gran mayoría no) son ellos los que desordenan y como las moscas después de revolcarse en porquería posan sus patitas en cualquier lugar.
También están las famosísimas charlas de fin inalcanzable. Son incansables igual que el vuelo de las moscas cuando intenta concentrarse o dormirse.
Por último pero no menos importante, en el tema culinario, estas dos especies también tienen cosas en común. Todos sabemos lo que comen las moscas, pues sus padres parecen cocinar prácticamente lo mismo (aunque visto desde un lado objetivo sea lo más sano). ¿Quién puede tragarse esa crema de verduras? Yo no, prefiero no comer a introducir en mi boca ese mejunje verdoso.
Y lo peor de todo, es que, a una mosca usted puede matarla con un matamoscas, con una revista, un periódico, un zapato o cazarla y aplastarla, cerrar las persianas y ventanas, poner mosquiteras en cualquier rendija de su domicilio o incluso impregnar su casa con un potente insecticida, pero a los padres no, a sus padres-moscas tendrá que aguantaros, y no 24 horas que es lo que comúnmente dura una mosca, a sus padres los tendrá revoloteando detrás de su oreja toda la vida.



Sabor a algodón de azúcar.


Allí se encontraba ella, de pie, serena y preciosa como siempre. Me miraba, se reía, de vez en cuando suspiraba. Comía un rosado algodón de azúcar, que se quedaba pegado en sus suaves y rojizos labios. Eran de esos labios carnosos que tan solo al verlos te apetecía besar.
Recuerdo como si fuera ayer que en uno de esos grandes bocados a la nube rosa, se interpuso un mechón de su pelo, que se quedó pegado al algodón como si una fina capa de pegamento se interpusiera entre esos hilos dorados como el oro o los rayos del sol un día de verano que nacían de su cabeza para terminar colgados por sus pequeños hombros y ese dulce que tanto se parece a las hijas del cielo.
¡Qué linda era su tez absolutamente blanca salpicada por restos del esponjoso que hacía juego con el rosado de sus mejillas y el azul cielo de sus grandes y despiertos ojos! Ella estaba allí, delante, estática con su algodón de azúcar cogido de la mano derecha. No le podía quitar ojo, ella era tan hipnótica. No sabía que decirle, me temblaban las rodillas. ¿Debía comentarle lo guapa que estaba aquella tarde con su vestido nuevo y sus zapatitos de charol? Nunca lo sabré, nunca se lo pregunté. Ya ha pasado tanto tiempo que no se que pudo ser de aquellos críos de 15 años que jugaban a las miradas en el descampado que estaba al lado de la feria. Las arrugas  y el tiempo  se apoderaron de aquellos jóvenes cuerpos para dejar lo que hoy vemos delante del espejo. Y aunque han pasado muchos años debo decir que ella sigue igual de hermosa a mis ojos. Nunca olvidaré el momento preciso en el que se armó de valor, tiró el algodón de azúcar, se acercó a mí, un muchacho asombrado y me besó. Nunca olvidaré lo que sentí y nunca olvidaré el sabor de sus labios, aquel sabor a algodón de azúcar, ese sabor que aún hoy,  ya con el pelo blanquecino, comido por las canas, la tez sumamente blanca como antaño pero esta vez con pliegues que delatan su avanzada edad, sus ojos, que siguen siendo del azul del cielo pero sin aquel brillo y los labios que poco a poco han ido abandonando del todo su color rojizo que tanto los caracterizaba, siguen sabiéndome a ese esponjoso cachito de cielo que llevamos compartiendo más de 50 años desde aquel día en el descampado de al lado de la feria donde se le ocurrió comprar un algodón de azúcar y besarme.


Una pizca de acoso y un cazo de hipocresía.


¿No parece algo fantástico si cuento que hace unos días me encontré con alguien que no veía desde hace muchos años y pensé no volvería a ver nunca? A veces no.
La hipocresía me enferma, me saca de mis casillas, me revuelve las tripas, me da náuseas y me hace vomitar lo que siento en forma de manifiesto.
Hay gente tan sumamente hipócrita que en un fortuito encuentro te saluda como si hubieras sido uno de sus más íntimos amigos, cuando hace a penas un par de años no se fijaba en ti, o lo que es aun peor, te hacía imposible la existencia.
Para él, tú eres un encuentro más. Él para ti es el trasporte al rincón de tu mente en el que almacenas tus peores años, años que tal vez él hizo peores o ayudó a que lo fueran.
El acoso escolar o “bullying” que suena mejor, más bonito y menos fuerte, es algo que sufren 4 de cada 10 niños o adolescentes en nuestras aulas cada año. Por lo tanto si no quieres encontrarte con alguien una de las primeras personas que se te vendrá a la mente será aquel que hizo tu paso por el colegio o instituto un verdadero infierno. Ese alguien que convirtió los años dorados de tu infancia o adolescencia en un calvario, aquel que te dejaba por los suelos cada vez que se cruzaba contigo por los pasillos y al que evitabas en los cambios de clase y a la salida. Ese que conseguía que un buen día fuera una mierda y que de verdad te sintieras como él decía que eras llegando al punto de cometer estupideces al volver del colegio con los ojos inyectados en lágrimas. Ese niñato inseguro y superficial que solo se metía contigo seguramente por creerse más que alguien y olvidarse de que él era mierda de la peor clase, que solo se metía contigo para creer que era menos inútil y que en realidad era aun más de lo que el creía. Por eso te hundía moralmente cada día y bajaba tu autoestima hasta el escalón más bajo.
¿Hay alguna regla escrita sobre como actuar en estos casos, si el destino te pone a prueba y hace que ese repulsivo individuo te salude? Si en verdad la hay yo no la sé. Simplemente sacaría de lo más hondo de mi estómago una falsa sonrisa armándome de valor, saludando y por respeto a mis propios desechos no vomitarle en su asquerosa cara.
Acosados y acosadores, esto va pro vosotros. A los primeros, tranquilos, la vida les da lo que se terminan mereciendo y a lo mejor ese encuentro puede llevaros a un bonito final en el que él termina limpiando la mierda de vuestros zapatos. A los segundos, lo que hiciste mal un día el karma te lo devolverá y aunque no creas en estas cosas yo tampoco, y te digo que tarde o temprano alguna fuerza de la naturaleza te dará tu merecido, no seas tan hipócrita de intentar enmendar en un minuto años de desdicha y métete tu saludo por donde amargan los pepinos por que si pude vivir sin ellos tantos años, créeme que aguantaré mejor los que me queden sin ver tu cara y sin escuchar tus falsas disculpas.



Volverás.


Yo ya no me preocupo. Sé como termina esta historia, por que comenzó igual que las anteriores.
Mágico, tú eres perfecto y yo me dejo llevar, me ciego por tu mirada que parece única. Poco a poco me ilusiono y comienzo a edificar castillos en el aire con todo lujo de detalles comenzando por el tejado. Pero tú de golpe derribas mis paredes y me cortas las alas. Pasas de un “te quiero” a un “como amigos” ¿y yo, pobre de mí que hago yo? Me callo, agacho la cabeza y asimilo, lo asumo y me preparo a volver a la zona de amigos. Cambio mi forma de verte, de acariciarte, de sonreírte, todo y reprimo cada vez más mis ganas de besarte. Porque si algo tengo claro es que jamás me verás suplicar tu amor, nunca mendigare por tu cariño. Y así nos embarcamos en una amistad nueva, pero cuando se le puede llamar amistad por fin y yo me olvido de que tú eras algo más, me echas de menos. En ese momento el mismo proceso se repite con otro intento de príncipe azul que no llega a pitufo. Ahí es cuando tú te das cuenta de que yo soy especial. Hasta que llegues a esta conclusión puede pasar una semana, un mes, un año, o incluso más, la cuestión es que llegarás a ella. Y cuando  vuelves arrastrándote a por mí, pierdes tu encanto, tu chispa de chico imposible y decido desterrarte al desierto de la amistad o dejar que babees disfrutando de ti mientras busco a otro a quién querer. Esto es sencillo, a mí o me das ya lo que quiero o no me lo das, pero no tengo paciencia para esperarte ni a ti ni a ninguno como tú y cuando regresas si consigues regresar antes de que yo derrumbe tu castillo, no conseguirás más que ser mi juguete. Ese viejo juguete al que acudes cuando no tienes otro mejor con el que pasar la tarde pero que rechazas sin dudarlo cuando aparece uno más nuevo. Te conviertes en una mera distracción y cuando tenga algo mejor o de igual valor te dejaré de hacer caso y seré yo la que diga “como amigos”.
En definitiva, yo ya no me preocupo por que sé que como todos tú volverás, no serás una excepción. Así que piénsatelo dos veces antes de estar con alguien como yo. No soy buena para ti, ni para nadie.