Me encanta la manera en la que me mira, de esa forma en la
que solo una persona en toda mi vida me había mirado.
Me encanta cuando clava sus preciosos e impasibles ojos en mí y una veta de amor recorre su mirada, esa mirada bañada en el orgullo y la satisfacción de saberme completamente suya.
Me encanta cuando clava sus preciosos e impasibles ojos en mí y una veta de amor recorre su mirada, esa mirada bañada en el orgullo y la satisfacción de saberme completamente suya.
Pero no solo me gusta la forma en que me mira, también me
enloquecen sus caricias. Me desespero cada vez que sus manos recorren suave y
lentamente mis hombros, mi cuello hasta llegar a mi espalda o cuando se pierden
en mis piernas.
Me gusta apoyar la cabeza en su pecho mientras dibujo
figuras sobre él, escuchando el latir de su corazón hasta quedarme dormida y despertar en la misma posición como si el tiempo no hubiese pasado en ese
pequeño cuarto.
Me encanta la forma en la que me abraza, fuerte y decidido,
rodeándome con sus grandes brazos y haciéndome sentir protegida, o cuando en un arrebato de pasión carga todo mi peso sobre ellos y me lleva
sin titubear hasta la habitación, arrojándome sobre la cama. Su cama, ese lienzo donde
da comienzo un hermoso ritual en el que nos fundirnos el uno en el otro. Me
encanta que nos tiremos juntos sobre ella, dejando a un lado todos los complejos,
iluminados únicamente por una tenue luz que alumbra la calle y asoma por su
ventana.
Me gusta cuando sonríe, me gusta su sonrisa y más me gusta cuando se ríe,
cuando es una risa sincera y a carcajadas.
Me gusta reír a su lado, haciéndonos cosquillas y mirándonos como si nos fuésemos a evaporar de un momento a otro, teniendo que conservar por siempre esa imagen.
Me gusta reír a su lado, haciéndonos cosquillas y mirándonos como si nos fuésemos a evaporar de un momento a otro, teniendo que conservar por siempre esa imagen.
Me gusta que me bese lento, con calma, sintiendo cada
terminación en los labios, mordiéndonos y jugando juntos a un juego en el que
no hay vencidos, tan solo vencedores.
Me gusta su olor, me gusta en cualquier momento. Su olor al
salir de la ducha, aún con el pelo empapado y besar su espalda salpicada por diminutas
gotas. Me gusta el olor de su ropa, de su colonia y el de su cuerpo después de
haberlo hecho mío.
Me gusta la forma en la que agarra mi mano en el cine o me
acaricia el pelo y me mima tumbada sobre él.
No hay nada que no me atraiga, que no me guste de él. Es
hijo de la perfección más absoluta y yo desde que le conocí me convertí en
esclava de esa perfección. Se ha vuelto mi droga más pura, mi mayor vicio, ese del
que no sabría, ni quiero saber cómo desengancharme.